



La migrancia latente
Cinco años después de migrar, y aquí estamos
tratando de ser y estar
afianzando raíces
tejiendo lazos
abrazando luchas
Hace cinco años, antes de migrar, me prometía dejar de lado una militancia activa en la que puse todas mis fuerzas desde los 19, pero no cumplí, como todas las promesas que hago en contra de mi voluntad o para complacer nomás.
Pero como todo, vamos creciendo, cambiando y transformando.
Nuestros sentires van tomando nuevas formas y la identidad que vamos construyendo se fortalece, tanto que se presenta en los espacios que habitamos.
Hoy solo puedo decir que todos los caminos que escogí, fueron los indicados, y no me arrepiento de nada.
Y esta foto de alguna manera representa un poco de esa identidad que fui y sigo construyendo.


Ciudad de cemento
Ahí, donde los miles de emigrantes llegaron hace años
Ahí, donde con sangre y sudor gobernaron tierras limeñas
Ahí, donde generación tras generación las costumbres se han ido perdiendo.
En una pequeña casa, pero de inmenso corazón, aún se levanta y se imponen las tradiciones propias de aquellos provincianos.
Tradiciones que emergen y sucumben de nuestros ancestros. Ancestros que se tornan en una especie de comunión, mejor llamada familia.
Esta casa se encuentra en un rinconcito de Perú, la misma que visité hasta los cinco años cada junio para que mi padre trabaje en las chacras. Ahí donde podía correr y jugar junto a los animales y la tierra húmeda, donde viajaba en la parte superior de un camión y el viento golpeaba mi rostro, ahí donde cada mañana recibía leche fresca y comía pan recién hecho, donde, la infancia fue la mejor época.
Tal vez, este pequeño lugar sea el culpable de no haberme sentido nunca parte de la ciudad de cemento.