Esto lo escribí un 14 de diciembre, el espisodio catastrófico, para mí, fue el 12 del mismo mes.
Una decisión hablada, un letargo de tu parte al pedido de ir en búsqueda de casa, nuestra casa, un hogar que teníamos que habitar. Pasamos varias etapas, desde el encuentro de ese espacio, la pérdida inmediata del mismo, hasta el rehacer compromisos de re – habitar aquel lugar donde yo no me sentía en mi total comodidad, pero mi compromiso era ese, re habitar, y que mejor si era a tu lado, sosteniendo nuestras manos y sonriendo en busca de esa felicidad del hogar que íbamos a formar, un mini hogar de dos, y es que más allá de todo, no puedo negar que te vi como el lugar donde quería estar, el espacio al cual quería permanecer, sin ningún plan de retirada.
Viajaste, en base a tus planes, y mi apoyo incondicional, siempre, y prometí hacerme cargo de todo lo que implicaba el contrato, las idas y vueltas de quien aún permanecía aquí; sí, con un beso y abrazo te despedí con ese compromiso… y en el camino empecé a darle forma a este espacio, a comprar cosas, limpiar, re – ordenar, re – acomodar, te esperaba con toda la ilusión de armar nuestro hogar, te esperaba con las compras de nuevos muebles, pensando en nuestra comodidad, y sobre todo tu comodidad, teniendo como base lo que significa llegar a un lugar ya habitado, entonces te esperé para que opines y decidamos juntos, a gusto de ambos.
Y así duró hasta tu llegada, al punto de que te sorprendió como estaba el lugar, y fuimos ordenando, todo estaba bien, yo estaba feliz, y creí que tú también, de pronto sentía tu empatía, tu apoyo, tu estar a mi lado, pero duró muy poco, duró tan solo 48 horas, y después se fue todo a la mierda, mi felicidad, mi ilusión se cayó a pedazos, de a poquitos.
La última vez que te vi, juro que fui con toda mi intención de hablar, de solucionar, de seguir con nuestros planes, con la construcción de nuestro hogar, la planificación de nuestro viaje, la nueva información que tenía, las coordinaciones previas que ya había hecho para que nos esperen; para que mi familia te espere, al igual que todos mis amigos; para estar, para llegar, hasta hablé de ti como el biólogo que eres para que saques provecho a todo eso.
Pero se arruinó, no sé si fueron muchos cambios, nuevas cosas, tu llegada abrupta a la realidad de la ciudad y las responsabilidades que conllevan, nunca tendré explicaciones de nada, pero la forma en como me trataste no fue proporcional a lo que pude haber hecho, tus palabras no fueron proporcionales a las mías, y, es más, nunca me defendí, mis palabras eran pedidos de buscar que dejes de tratarme así; tu accionar, no fue proporcional al mío.
Me amenazaste con una perimetral, y me dolió, me botaste, algo que te había pedido que no lo hagas, dijiste que nuestra relación de tres años fue una mierda entera, que yo era una mierda de persona, que era mi culpa que me estés diciendo todo eso y como me estabas tratando, hasta gritaste que te cogerías a alguien y me enviarías fotos; sin embargo, la frase que más dolió fue “ándate a tu país y no volvás”.
Aquí hay una persona a la que dejaste con una casa sin contrato, y con eso, básicamente a alguien sin vivienda, porque creí y confié en nuestras promesas; aquí hay una persona que durante dos semanas estuvo construyendo una casa para dos; aquí hay una persona que aún está con los planes de vuelo, con las coordinaciones intactas, con otros vuelos comprados allá en Perú.
Rompiste muchas cosas aquí, y, sin embargo, espero tu regreso, espero que recapacites y digas que te disculpas, que todo fue producto de tu cólera, que me amas más de allá de todo; y estoy esperando, con las puertas abiertas de par en par, con la promesa de olvidar esto, porque realmente puedo entender y comprender tu accionar, a pesar de la desproporcionalidad, a pesar de romperme, de lastimarme, de castigarme.