
La casa nueva
Cuál casa?
Si esto es una barraca comparada con otras que si se llaman casas
La casa nueva, así, desde hoy
La casa de los viejos
Para bailar a solas un valsecito añejo
El gran miedo que tuve al empezar a vivir aquí, en la nueva casa, en compañía de mis fantasmas y de heridas que otros dejaron, y sobre todo, con esa sensación de la no pertenencia. Las ganas de escapar estaban ahí, el irme, el huir, el encontrar otro lugar, otro hogar, se apoderaron de mi, y esas ansias eran más fuertes que mi propia lógica, de que eso no era posible. Lo único que pude hacer para apaciguar un poco esos sentires que me ahogaban, fue agarrar la mochila e irme lejos, tomarme un tiempo fuera de todo, a ver si así esas voces que me gritaban «vete de aquí» se apaciguaban. Y así lo hice.
Más de un mes fuera, y ya cerca de aquel 10 de febrero me vino el impulso de volver, disfrazado de muchas excusas con las busqué engañarme. Tengo que trabajar, dije, me autoconvencí de que había pasado mucho tiempo fuera y que mis ingresos económicos se estaban «agotando», gran mentira, pues era consciente de que tenía un dinero destinado a todo. Tengo que estudiar, fue la segunda «excusa», y no, no iba a estudiar, porque sabía perfectamente que no tenía ganas de pasarme los días leyendo cuando en realidad sentía que mi mayor trabajo estaba en reponerme, buscarme, enontrarme.
Al empezar la vuelta, y ver que los días pasaban, me di cuenta lo que en verdad quería, y era llegar a tiempo para el acto simbólico de estar presente en la misma ciudad por TU cumpleaños, sentí esa necesidad de acompañarte en la distancia pero estando, de alguna manera, a pocos kilómetros; no he de negar que mantenía una pequeña esperanza de que me pidas que esté contigo, y te juro, que hubiese corrido a dónde sea, en el hoario que sea, así sea a medianoche y en mitad del río.
Contra todo, resolví volver a casa el 10 de febrero, fecha aún importante para mí, y así lo hice. Y fiel a mi estilo, y aún con los sentimientos a flor de piel, la primera foto que tomé al arribar a estos lares, fue Retiro, creo que por mucho tiempo ese lugar ha sido importante para ambos, porque es punto central de casi todo para nosotros. Al llegar a casa, estaba tal cual la había dejado, y a la cabeza me llegaban recuerdos, solo pude echarme al suelo a llorar hasta sentir que el frío cale en cada parte de mi cuerpo.
Pasé una semana, sin ver a nadie, sin responder a nadie, re ordenando, re organizando, poniendo todo de cabeza más de cinco veces, tratando de encontrar una identidad que no había, ni hallaba. Y en medio del desorden, sentada en el piso, con lágrimas de impotencia, entendí que la respuesta estaba en que esa identidad, que tanto estaba queriendo hallar, necesitaba construirse, y eso solo se daría con el tiempo, con mucho tiempo. Fue una semana dura.
Tiré muchas cosas, escondí otras tantas para saber que están, pero que no quería ver, le di un orden que más o menos me gustaba, pero la casa aún seguía siendo un cuco gigante al cual no quería entrar, menos habitar. Me sentía como una niña castigada en el rincón de una esquina sin poder moverme, solo observando lo que sucedía.
Pasaron los días, semanas y meses, y la verdad no sé cuando empecé a sentirme más cómoda, o cuando dejó de ser tan grande, o en que momento sentí que la casa estaba más pequeña. De pronto el silencio no era tan incómodo, me gustaba y lo disfrutaba; en otros momentos, la música era fiel compañera, y hasta Pakari volvió a salir al patio buscando esos rayitos de sol. De pronto los calores veraniegos se fueron yendo, y un frío abrigador empezó a habitar.
Las amistades empezaron a llegar, al igual que los murmullos de eternas conversaciones y las carcajadas tan fuertes empezaron a sonar en toda la casa, mi risa se acostumbraba al eco del espacio. Las noches ya no eran tan solitarias, aquí empezamos a habitar Paki, yo y cientos de películas y series. Yo, ya no me sentía tan sola, yo, volví a tener colores, y la transparencia que sentí que habitaba en mi, se iba yendo.
Hoy, esta casita habita a Paki, a Rockola y a una tal Liz. Hoy, se siente más chica, hoy siento que me encantaría vivir en una casa más grande, con un patio gigante para tener un mini laguito y tener los patos que siempre he querido, pienso en un pachito lleno de lana que se acurruque por ahí. Me proyecto en una cocina más grande, con una gran mesada, y en un cuartito oscuro para tener el estudio de fotografía que siempre quise y perderme ahí. Hoy, pensar en todo ello ya no es tan triste, al contrario, me saca una sonrisa.
Aún quedan los estragos de aquel diciembre, pero pasa el tiempo y aunque creí que me iba a detener ahí, viendo como todo iba destruyéndose de a pocos y llenándome de más dolor, no fue así; hoy, sé que las cosas cambiaron, hoy, sé que no me detuve del todo, hoy, sé que estoy aprendiendo a sanar y a lidiar con los fantasmas que habitan en mi corazón, y aunque me gustaría que ya no duela tanto, o tener una fórmula de borrado de mente, sé que es verdad que el tiempo cura y que los procesos son totalmente necesarios.