No sé si alguna vez podré mirarte a los ojos y decirte todo lo que siento sin que se me quiebre la voz, sin que el eco de mi silencio te arrastre al abismo de mi dolor.
Alejandra Pizarnik
Algo se rompió, aquí adentro, quizá la pequeña pieza fundamental, necesaria y sostenedora del sistema solar que construí, que te construí, donde el sol brillante, resplandeciente y abrumador eras tú.
¿Qué sigue? Me pregunté cuando todo estalló, y al inicio no encontraba respuesta alguna que alivie la incertidumbre, la duda, y sobre todo, el miedo. Ese que me dejaba con la mirada perdida hacia la nada, con los sueños intranquilos y despertares a medianoche llenos de gritos, lágrimas y angustia.
Pasé más de una vez las fases necesarias, la negación, la bronca, la resignación y otra vez la bronca, esa que invade hasta el último átomo de cada célula que hay en mi cuerpo, de pies a cabeza, de cabeza a pies.
Y es el sentimiento que más me representa, porque creo y siento que hay un grado alto de injusticia e impunidad en contra mía; y el ser revolucionario que vive en mí, levanta banderas de lucha y grita fuerte, muy fuerte, por la indignación que cala hasta la médula ósea de mis huesos. Tiemblo del coraje, de la cólera y el llanto desbordado nace de ahí, ese que es difícil de frenarlo. Y la impotencia me vence y solo puedo abrazarme lo más fuerte que pueda.
Y es que me quedé con miles de cosas atoradas, aquí en la garganta, y el nudo que está ahí, estoy más que segura que son las palabras, reclamos y hasta reproches que no te dije.
Alguna vez leí que el silencio no es salud, y cuánta razón había en esa frase. El silencio es cómplice de la injusticia, de la impunidad. El silencio es un veneno que mata lentamente, de a poquitos, a puro trago amargo de lágrimas interminables. ¿Y sabes qué?, nunca había sentido la desilusión, la decepción, y hasta podría decir que la traición, tan latente, en un fondo que llena ese vacío que dejaste.