
Hacía muchos años que Lorenzo no la recordaba, tal vez sea normal que un amor de juventud va quedando atrás después de más de 25 años, pero aquella noche la sintió tan cerca, como si aquel último abrazo de despedida con la promesa de volverse a ver, hubiese sido hace unas horas.
Despertó sobresaltado, sintió dolor en sus manos y se dio cuenta que aún la tenía empuñada, se secó el sudor con el polo que llevaba puesto, dio la vuelta y ahí estaba ella, su compañera, la mujer con quien había decidido compartir su vida hace ya casi 20 años y con quien había tenido dos hijos.
Buscó su celular y se dio cuenta que eran las 4:30 am, sabía que ya no iba a poder dormir y más aún con lo que acababa de soñar. Se levantó, fue al baño y se lavó el rostro, se miró al espejo y evidenció en aquel reflejo las canas y las arrugas, producto del pasar de los años.
Bajó las escaleras y se sentó en el sillón de su sala, tomó el control remoto y buscó alguna película para ver, se dio cuenta que se estaba transmitiendo “En la boca del lobo”, película que ya había visto cientos de veces pero que seguía causando el mismo efecto en él, se preguntó si sería una señal.
Sintió el calor recorrer por su cuerpo, supuso que era parte del clima veraniego, abrió las mamparas y se echó con la finalidad de ver lo que restaba de la película. Gritos desconsolados de los pobladores inocentes que yacían prisioneros, acusados de terroristas por una celebración privada. El grupo de militares que sembraron la mentira miraban la escena con satisfacción, con sed de venganza.
A pesar de ser una película, Lorenzo sintió indignación y dolor, pues esas escenas ficcionales no se comparaban a los sucesos reales que todo el país tuvo que vivir entre los 80´s y 90`s. Recordó que su mujer y su hija, que aún habitaba en el vientre, estuvieron a punto de no existir por un atentado real.
Los gritos de aquella mujer, que rogaba no ser violada, lo regresó a su sala. Esa voz le resultó familiar, y ahí estaba ella, parada frente a él, con un vestido blanco, aún conservaba esa belleza que lo enamoró, le sonreía y Lorenzo la alcanzó.
– ¿Qué haces aquí, mujer?. Es de madrugada y con ese vestido…¿no tienes frío?
– Lorenzo…tanto tiempo, ¿Cómo has estado?
– Bien, ya sabes, el trabajo, los años, ya estoy viejo pero tú estas igualita, no pasan los años para ti.
– Estoy igualita que cuando me dejaste, ¿Te acuerdas?, esa última navidad que pasamos juntos, allá en la casa de don Daniel, tu papá.
– Y como olvidarlo…esa última navidad.
– Acompáñame a mi casa pues.
– ¿Dónde vives ahora?
– Allá arriba, al monte. – Dijo Janeth, señalando los cerros
De pronto Lorenzo se dio cuenta que estaba en su tierra, en su lugar, respiró y sintió el olor del perfume de las flores que crecían siempre ahí, pensó en lo hermoso que se vería de día, los cerros de colores.
– Vamos pues, dijo Lorenzo
Janeth asintió sonriente, y empezaron a caminar en medio de la oscuridad, ambos iban callados, ese silencio nunca fue incómodo para ellos, era su forma de comunicarse. Lorenzo tomó la mano de la mujer a quien había amado tanto en su juventud, la sintió fría y se estremeció pero no le importó.
El cielo de pronto empezaba a iluminarse, el alba lo hizo percatarse hacia dónde se dirigían, se paró en seco y Janeth volteó, lo miró con tristeza.
– No puedo ir hasta allá, dijo Lorenzo, dirigió una mirada profunda a Janeth
– No iba a invitarte a pasar, no me tengas miedo, Lore.
– No puedo, mi mujer y mis hijos me esperan…
– Lo sé…lo sé
– Debo volver, ya me alejé demasiado. – dijo, mientras le daba la espalda a aquella extraña.
– Lore…te juro que no iba a perjudicarte.
Lorenzo volteó, y vio una profunda tristeza en aquellos ojos marrones, se acercó a ella y la abrazó, al mismo tiempo le pedía perdón por no haberla llevado con él esa noche, por haberla dejado, por no haberla escuchado y por haberle prometido algo que no iba a cumplir, pero no porque no quisiera, sino que el destino, la vida le jugó esa mala pasada.
Janeth le dio un beso cariñoso y lo consoló, pues ella sabía que no era culpa de él, le pidió que deje de culparse y que se marche feliz y le prometió estar para él siempre.
Una mano suave tocó el hombro de Lorenzo, abrió los ojos y ahí estaba ella, su compañera, quien con un rostro preocupado le preguntaba si él se encontraba bien, pues tenía los ojos llorosos. Lorenzo se levantó y dijo que nada pasaba, que se había quedado dormido.
Ese día se sintió diferente, la mujer con quien iba a casarse había aparecido nuevamente, tal vez era momento de que aquello pendiente en él finalmente se vaya. Recordó que nunca pidió detalles, él no se sintió preparado para saber que pasó exactamente aquella noche de Año Nuevo. Tal vez era una señal, pensó. Quizás Janeth quería que él conozca su historia.
Decidido, fue a visitar a su mamá, a pesar de lo lejos que quedaba la casa de la mujer que lo trajo al mundo, pues consideró que ella le diría la verdad sin juzgarlo por la tardía preocupación. Al llegar la vio sentada en la puerta de su casa, ella levantó la mirada y sonrió a su hijo. Mientras él bajaba de su auto, ella se paró para recibirlo con un abrazo.
– Hijo, te estaba esperando, dijo la madre.
– ¿Sabías que vendría?, preguntó extrañado Lorenzo.
– Sí, las corazonadas de madres nunca se equivocan
Lorenzo, un poco confundido se preguntaba si es que acaso su madre sabía algo que él no.
– Pasa, pasa, le dijo a Lorenzo.
Mientras él se acomodaba en la mesa de la cocina, sintió un cálido aroma, al dar la vuelta, vio a su mamá sirviéndole un plato de sopa de papa, aunque es un plato sencillo, él pensó que nadie lo preparaba mejor que ella, sonriente aceptó la comida. Ella se sentó al lado de su hijo y ambos empezaron a comer.
– Qué pasa, hijo, parece que no hubieses dormido en días…
– Tuve una mala noche, no pude dormir bien…
– Ya veo…eso pasa casi a fin de año, las preocupaciones, acumulación de trabajo..todo eso se complica en estas fechas….pero bueno ¿A que debo tu grata visita? Te esperaba recién el domingo.
– Sí, eso…. Lorenzo dudó por un segundo si debía preguntar o no
– ¿Dime Lorenzo, no has manejado hasta aquí en vano, no crees?
Lorenzo dio una mirada larga a su madre y sintió que ella ya sabía lo que le pasaba, entonces lo supo, realmente necesitaba saber.
– Mamá…te acuerdas de la última navidad con Janeth…en el 87
– Sí…, contestó ella mientras miraba a su hijo, intuyendo que es lo que él quería saber.
– Bueno…
– Nunca preguntaste por ella, ¿verdad?
– No. – respondió él, mientras sentía que un repentino calor se le subía al cuerpo y los ojos se llenaban de lágrimas.
– Fue muy duro e injusto, ella no merecía eso, era muy buena.
Èl no dijo nada, su madre lo miró de reojo y a pesar de tener la cabeza agachada se dio cuenta que Lorenzo no sería capaz de decir una palabra sin que rompa en llanto. Entonces continuó, pues ella sabía que esperaba exactamente su hijo.
Fue en la celebración de año nuevo, ella había ido a la fiesta de la plaza con la Jessica, fue con motivo de despedida también, pues según los planes de ustedes, ibas a recogerla en esos días para que se vayan a Lima. Ahí mismo estaba el coronel ese, la empezó a molestar y como estaba borracho la quiso subir a su patrulla a la fuerza, Janeth lo cacheteó y bien merecido se lo tenía. Ya más noche, Jessica se encontró con el novio y se fue con él. Janeth, que se había quedado sola, decidió irse para su casa…y ahí sucedió todo.
Lorenzo recordó la llamada de su madre, cerró los ojos y pudo escuchar el llanto de la mujer mientras intentaba explicar que su futura esposa ya no estaba más, que se había marchado para no volver. De pronto él se trasladó a aquel día, se vio a sí mismo viajando de madrugada en un último camión que por suerte encontró, iba escondido entre las frutas que siempre llevaba el vehículo. Una frenada brusca hizo que su corazón empiece a latir salvajamente, la voz del coronel retumbó en sus oídos, quien le daba indicaciones al chofer para que abra las puertas de la carreta del camión…
– Es la inspección de rutina – dijo el coronel
– Sí jefe – respondió el chofer al mismo tiempo que rogaba que Lorenzo esté bien escondido.
– Qué pasa, Sánchez, estas asustado.
– No jefe, es el sueño
– Ten cuidado ah, en estos días y tal cual están las cosas más vale que no estés transportando mierda escondida. Lorenzo sintió escalofríos
– No jefe, después de lo de Janeth, ya todos tienen miedo, quién iba a pensar que…
– Que era una terruca asquerosa, encima puta, con quien se habrá encamado por ahí para que termine así la perra esa. – Sánchez se quedó callado. -En este pueblo de mierda se conocen todos, así que si ves a Rodríguez, avísame, ese era el marido firme y cuernudo de la puta esa…él tiene mucho que responder, seguro que también era terruco. – continuó el coronel.
– No creo que venga el Rodríguez, jefe, debe de estar con miedo, si es que la Janeth era como usted dice…
– ¿Estás poniendo mi palabra en duda?
– No, no, jefe, no. Es solo que..
– Que, qué, Sánchez…
– Nada jefe…es solo que no parecía la Janeth
– Puta y terruca, recuérdale siempre. Puta y terruca.
– Sí, jefe…
– Ya, ya, Sánchez, sigue tu camino nomás, al parecer no llevas ninguna escoria ahí atrás. Pero pobre que te encuentre con algo, no seas cómplice o te irá mal.
Después de escuchar la conversación, el miedo de Lorenzo se fue y sintió como le quemaba la sangre de las venas, quiso salir y golpear al coronel hasta dejarlo sin vida, pero algo le impidió, sintió su cuerpo inmóvil. El motor del camión vibró debajo de él, y se dio cuenta que nuevamente el carro se movía, se abrazó y lloró en silencio, no podía creer que tenía que entrar a su pueblo como si fuese un delincuente.
El velorio había sido en privado, nadie había ido a darle el último adiós a Janeth, la noticia de que ella pertenecía a Senda Lúcida se había corrido por todo el pueblo. El periódico de la ciudad, amedrentado por el coronel, ayudó a que esa mentira llegué a otros lados.
Cuando Lorenzo llegó a la casa del padre de Janeth, se dio cuenta que todos lo miraban con suspicacia y temor, incómodo por la situación, se paró delante del ataúd de aquella mujer que sabía no volvería a ver, y dijo:
– Nada de lo que se dice es cierto, ni ella ni yo somos terroristas, nisiquiera deberían dudar de ello, sabían que ella y yo nos íbamos a casar e irnos definitivamente a Lima… – quiso continuar pero las lágrimas le ganaron.
No supo en qué momento, los pocos presentes se acercaron y lo abrazaron, al mismo tiempo le decían que tenía que irse, que el coronel lo quería muerto.
El plato de sopa ya no humeaba, Lorenzo sentía las lágrimas corriendo en su rostro y el calor del abrazo de su madre era su único consuelo, y sin muchas palabras, pudo al fin saber y entender lo que había pasado.
El coronel, borracho y herido en su orgullo de “macho” había perseguido a Janeth, junto a otros cinco militares, mientras retornaba a su casa, la agarraron y a la fuerza la subieron a la camioneta. Los gritos que ella daba eran inútiles, nadie iba a poder escucharla en medio del campo, la llevaron más arriba de las chacras, junto a la cequia, la bajaron a golpes. El coronel empezó a golpearla con toda la brutalidad que pudo, mientras ella le suplicaba y pedía perdón por haberlo golpeado, los otros solo miraban y se reían.
– Ahora pides perdón, no, perra, ahora vas a saber quién soy, te vas a arrepentir de haberte negado siempre. – Ella lloraba y pedía auxilio
– Nadie va a escucharte, perra estúpida, ¿a quién si le diste el culo?, ¿A Rodríguez?, perra inmunda.
Janeth sentía que la sangre corría por un lado de rostro, supo que nunca más vería la luz de un nuevo día, que nunca más vería el rostro del hombre a quien amaba. Dejó de luchar, sabía que sería inútil.
– Así te quería tener, mansita y que te entregues sin resistencia – dijo el coronel mientras la tomaba a la fuerza. – Ahora eres mi mujer y no serás mujer de nadie más.- le decía mientras la penetraba con violencia y ella lloraba y gritaba del dolor físico y emocional que le provocaba.
Después de un rato, el coronel se levantó y la dejó tirada en medio del pasto; por un momento Janeth pensó que podría salvarse, se imaginó yéndose a Lima, pensaba que saldría de ahí y sin decir nada tomaría el primer bus para la capital. Juró no ir donde Lorenzo, pues sería peligroso para él, iba a empezar de cero y tal vez años más tarde lo buscaría y le explicaría todo. Todos aquellos pensamientos se fueron cuando el coronel volvió a hablar.
– Ahí la tienen muchachos, diviértanse. Yo ya no quiero más a esa puta, luego de terminar con ella, ya saben lo que tienen que hacer. Nos vemos al amanecer. – Los cinco hombres se acercaron a ella sonriendo, vieron la angustia en los ojos de Janeth y se excitaron más.
Janeth nunca supo en qué momento dejó de sentir; horas después el sol alumbraba la desnudez de su cuerpo golpeado, ensangrentado, violentado, profanado. Ya entrada la tarde, junto al ocaso, unos habitantes la encontraron, llamaron al puestito policial denunciando el asesinato de una mujer; sin embargo, horas más tarde la noticia que recorrió el pueblo, era que habían encontrado muerta a una de las cabecillas de Senda Lúcida, que esa mujer había caído en fuego cruzado, y que seguramente los salvajes de los terrucos la violaron, por eso estaba desnuda, pero que su deceso era necesario porque era responsable varias atrocidades, total, a los terrucos hay que matarlos, es la única forma de enfrentarlos.