En la vida hay cosas de las cuales nadie nos prepara, a pesar de que has vivido la situación años atrás.

Esa llamada llegó el 23 de julio, yo estaba sentada, al lado de un vino, al lado de Pakari y Rocko. Estábamos sentadas las tres, escuchando música, tratando de estar bien, porque claro, hay momentos en que una busca tener endorfinas en el cuerpo para no sentir que la tristeza invade.
A veces me pongo a pensar lo impredecible que puedo llegar a ser. Normalmente, no suelo contestar llamadas, me espanta un poco la idea de que me llamen cuando no está previsto, como que necesito tener un mensaje previo a la llamada, que me avisen que me llaman, porque me genera algo de ansiedad, es la razón por la que tengo el celular siempre en silencio…siempre.
Pero esa noche, algo no encajaba. No sé si era yo con endorfina en el cuerpo o quizá el vino no me dejaba entender las cosas, pero contesté esa llamada.
- Tío, buenas noches. – Al otro lado solo escuchaba llanto
Solo atinó a responder “La Toiancita se fue”. No supe que responder, el efecto del vino se deshizo, y a acumulación de endorfinas desapareció en menos de un segundo.
No recuerdo cuanto duró la llamada, menos lo que le contesté, lo único que sabía es que necesitaba viajar cuanto antes, quería estar allá, en Perú.
Me tragué el orgullo y la cólera, y lo primero que hice fue llamar a papá, decirle que yo quería viajar, que quería estar allá. La conversación fue rara, él estaba cortante, y hasta cierto punto yo también, y es que hacía más de un mes que no teníamos comunicación.
Conseguimos un vuelo rápido, por suerte. Esa noche no dormí, tenía tanto que ordenar, organizar, y mi cabeza solo pasaba de una actividad a otra. Buscar los documentos, limpiar la casa, buscar alguien que se quede con las gordas, fijarme cosas importantes en la heladera por el emprendimiento, alistar ropa, empacar lo necesario, la ropa adecuada, las cosas adecuadas.
Dormí tres horas, y al día siguiente, otra vez a lo mismo, mi cabeza repasaba las cosas que tenía que hacer, como una lista de actividades que iba tachando de a pocos, sin tregua a pensar, menos a sentir.
Y así llegué al aeropuerto, demasiado temprano para mi gusto. Un sudor frío recorrió mi espalda, al igual que el nudo de mi estómago se hizo notar. No, no estaba cómoda, menos contenta, solo quería correr, escapar, llorar, y el recuerdo de ese diciembre del 2024 volvió, de aquella vez cuando cancelé “ese” vuelo, y más aún cuando me había prometido no subirme a aviones, porque me trae ese recuerdo.
En ese afán de “sentirme cómoda”, me di cuenta que no llevaba nada a modo de “regalo” para la familia, pero nada de lo que había dentro de las tiendas del aeropuerto eran “suficientes”, es así que me embarqué en una misión de búsqueda del “regalo perfecto”, y me caminé, con toda mi mochila y cosas que cargaba, más de 40 minutos, hasta llegar a un supermercado. Hoy entiendo que lo único que hacía era no detenerme para no pensar.
En medio de esa caminata, estaba Junior, ese amigo de la infancia que en realidad es como un hermano, al menos para mí. Me iba contando de a pocos la situación, pues él estuvo presente en ese proceso, en el que la abuela se iba apagando, y en el que mi madre cargaba ese dolor sin tener un mensaje mío, pese a que me escribió muchas veces y yo solo la ignoraba por estar enojada.
El momento del vuelo llegó, el mismo rito, esperar a que llamen para el embarque, hacer colas, subir al avión, acomodar tus pertenencias, sentarse y esperar. Cinco horas de vuelo, cinco horas en las que creí que iba a dormir, y no, no pude. Me puse los auriculares, la serie, y fueron casi seis capítulos de algo que ya había visto antes, pero que bueno, yo necesitaba bulla y cumplió la función.
Aterrizar a Lima sin espera fue raro, más aún con el nuevo aeropuerto, que, a decir verdad, no me gustó tanto. Eran las 10 de la noche, y el siguiente vuelo a Cusco, era dentro de siete horas, y no, no dormí ni un segundo. Estuve dando vueltas en el mismo lugar, me eché en el piso, en asientos y nada. Por suerte no había mucha gente. Mi cuerpo estaba tan cansado, pero mi mente seguía despierta. No entendía la razón, pues llevaba más de 24 horas sin dormir.
Los minutos pasaban, y se convertían en horas, iba de una sala a otra, divisando, mirando, pensando si me compraba algo, pero era todo tan caro, y por un maldito segundo, apareció en mi mente, a modo de necesitar un abrazo en ese momento. Tomé el celular, busqué su número y no lo encontré, quise buscar su Facebook, pero algo me detuvo, sabía que si seguía en ese camino, esa parte mía tan vulnerable iba a salir y no podía darme el lujo de llorar, no en ese momento, no en ese lugar, no en ese contexto. Simplemente no.